A
todos nos resulta más beneficioso el libre mercado que la planificación
centralizada
Esta es la historia que nadie sabe de Shrek:
antes de conocer a Fiona, estaba enamorado de la curvilínea Barbie. Ambos
pertenecían a familias muy diferentes y vivían en cuentos distantes; sin
embargo, una vez fueron reunidos por El Poder de Grayskull (Sociedad Anónima)
para filmar una nueva película, cuya escena principal se desarrollaría en un
bote de madera, aguas adentro, en el Lago de Los Cisnes.
La verdadera intención del director de la
película, Freddy Krueger, era exterminarlos para que pudiera surgir su actriz
favorita, Angie, quien de tanto llanto más parecía la chica de El Aro que „la
niña de las flores‟. Para lograrlo, Krueger contrató a Rambo para que perforara
al bote a balazos. Lo obvio: el agua forzaría el naufragio y colorín colorado,
el cuento se habría, literalmente, acabado para Shrek y para Barbie.
Todo ocurrió según lo previsto y el bote
empezó a inundarse. Entonces, para sobrevivir, Barbie y Shrek decidieron juntar
sus súperpoderes y utilizar lo único que portaban: una espada de ogro y un
sombrero de doncella; la espada serviría para remar y el sombrero para sacar el
agua del bote. Pero, ¿quién remaría y quién sacaría el agua?
Shrek podía hacer ambas cosas mejor que
Barbie, por su fortaleza física, pero no podía hacer las dos cosas a la vez.
Así que decidió remar, mientras Barbie sacaba el agua del bote. Y se salvaron.
Luego, Capitán América, quien de civil se llamaba Ken, atrapó a Krueger
mientras que Shrek conoció a Fiona. Así, las cosas se encausaron como hoy se
conoce.
¿Qué muestra esta historia? Que, como lo
indica Martín Krause en La economía explicada a mis hijos, aunque alguien fuera
mejor que los demás individuos en todo es mejor que hiciera solo aquello que le
produce el mayor beneficio; no por los costos efectivos cuantificables, sino
por los costos de oportunidad (aquel beneficio sacrificado al decidir hacer
algo y no lo otro).
En este caso, Shrek decidió remar, aunque
ello requiera un mayor esfuerzo físico (costo medible) que el de sacar el agua
del bote, porque esto último tendría un mayor beneficio sacrificado (costo de
oportunidad): sobrevivir.
A este tipo de situaciones, estudiadas por
David Ricardo en sus Principios de Economía política y tributación, se las
conoce como ventajas comparativas y, generalmente, los actuales textos de
Economía no las analizan desde esta perspectiva (de costos de oportunidad),
sino solo desde los costos efectivos. Pocos autores, como Robert Frank, avanzan
hasta analizarlas desde el tiempo de producción, en reemplazo de valoraciones
monetarias, simplificando el análisis sin quitarle consistencia teórica.
Algo remarcable de este análisis desde los
costos de oportunidad es que evidencia que no se necesita que los individuos
sean amistosos y pacten, sino únicamente que busquen un resultado más valorado
que lo entregado, según dice Carl Menger en sus Principios de Economía
Política. El efecto es, según el catedrático español Huerta de Soto, el surgimiento
de la cooperación y el intercambio voluntarios y, en consecuencia, se elimina
la competencia biológica por los bienes escasos.
Compartiendo la conclusión de Walter Nicholson en su
Teoría Microeconómica, considero que no es difícil verificar que el libre
mercado es más beneficioso que la planificación centralizada. Y no solo para
los Shreks y las Barbies de nuestro país, sino para todos los ciudadanos.
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