(Publicado el 28 de febrero de 2009)
Yo siempre allí estuviera,
Yo siempre allí estuviera,
en los caminos de tus selvas,
en las veredas de tu infierno.
Serrat decía una vez “¡Qué difícil practicar el celibato!”. Dímelo a mí, pensé, que llevo a destiempo ahorrados mis besos, que son más regalados que vaso de agua... y aún así sólo una se atreve a indigestarse. Aquel tratado sobre la sensualidad escrito durante siglos en la India milenaria, el Kamasutra, previene que “jamás se consigue conocer a las mujeres.”. Por eso, a continuación, de escritores ecuatorianos, le acerco este fin de febrero (mes del amor) algunos extractos de poesía roja (y no, ni de cerca, por socialista):
¬ Omar Díaz escribe sobre la ansiedad por llenar de amor al ser amado “Mis besos se enredan en tus senos / Será talvez porque tenemos algo de común o porque nuestros tiempos se van entre cruzando… Entonces me quedé mirando tus ojos, tus pupilas… Entonces me preocupo / No te he dado mi mejor beso.”.
¬ Hugo Idrovo las disfruta “Deja que juegue con tu pelo / entre tus piernas déjame / deja / que yo siempre allí estuviera / en los caminos de tus selvas / en las veredas de tu infierno / en tus lluvias y en tus sequías / en los paisajes de tu cuerpo.”.
¬ Se deleita, Aminta Buenaño, en el amor de madre “La boca seguía mordiendo sus senos con fruición, bebiéndola a ella entera, chupando todos los lirios de su cuerpo y a ella la recorría ahora una punzada de dolor como si sus fuentes hubieran quedado definitivamente exhaustas.”.
¬ “A cambio, muérdeme el alma, márcame con tus señales / para que no me equivoque de mujer en la sombra.”, le pide Jorge Enrique Adoum a la Manuela del Libertador, que yace en el sepulcro.
¬ Sobre una virginal fémina escribe Serafín Abad “Mujer / Son tus besos la miel en mis labios, / néctar de exquisita delicia, / la pasión fluye / cuan sediento prisionero, / liberado en caricias / perdido en tu fragancia / esbelta niña de franca inflorescencia.”.
¬ La misma virgen, vista desde Cristian Avecillas, “Ahora entiendo la blancura / que precede a los poemarios: / ¿A qué iniciar una lectura / si tan enriquecida duermes a mi lado?.”.
¬ La sed de amor, en la pluma de Ana Cecilia Blum, ruega “Dejad que los otros me amen / el amor del otro es también tu amor / el deseo del otro es también tu deseo / somos una sola tierra de instinto.”.
¬ Y, como tratando de enviar un aviso a las temerosas, Rosa Amelia Alvarado les advierte “Qué pena da / Qué pena da / Aquella que no conoció el amor / vida que no lo fue / ave de paso sin pisar la tierra / sin hundir los pies en aguas de fuego.”.
Abrácela. Ya se fue febrero, pero abrácela siempre. Desde hace mucho tiempo la sabiduría de nuestros pobladores resumió en una copla popular el rito del ave costera que rodea a brincos en una pata a su hembra para enamorarla “Alza la pata, curiquingue, alza la pata, Curiquingue…”.
Serrat decía una vez “¡Qué difícil practicar el celibato!”. Dímelo a mí, pensé, que llevo a destiempo ahorrados mis besos, que son más regalados que vaso de agua... y aún así sólo una se atreve a indigestarse. Aquel tratado sobre la sensualidad escrito durante siglos en la India milenaria, el Kamasutra, previene que “jamás se consigue conocer a las mujeres.”. Por eso, a continuación, de escritores ecuatorianos, le acerco este fin de febrero (mes del amor) algunos extractos de poesía roja (y no, ni de cerca, por socialista):
¬ Omar Díaz escribe sobre la ansiedad por llenar de amor al ser amado “Mis besos se enredan en tus senos / Será talvez porque tenemos algo de común o porque nuestros tiempos se van entre cruzando… Entonces me quedé mirando tus ojos, tus pupilas… Entonces me preocupo / No te he dado mi mejor beso.”.
¬ Hugo Idrovo las disfruta “Deja que juegue con tu pelo / entre tus piernas déjame / deja / que yo siempre allí estuviera / en los caminos de tus selvas / en las veredas de tu infierno / en tus lluvias y en tus sequías / en los paisajes de tu cuerpo.”.
¬ Se deleita, Aminta Buenaño, en el amor de madre “La boca seguía mordiendo sus senos con fruición, bebiéndola a ella entera, chupando todos los lirios de su cuerpo y a ella la recorría ahora una punzada de dolor como si sus fuentes hubieran quedado definitivamente exhaustas.”.
¬ “A cambio, muérdeme el alma, márcame con tus señales / para que no me equivoque de mujer en la sombra.”, le pide Jorge Enrique Adoum a la Manuela del Libertador, que yace en el sepulcro.
¬ Sobre una virginal fémina escribe Serafín Abad “Mujer / Son tus besos la miel en mis labios, / néctar de exquisita delicia, / la pasión fluye / cuan sediento prisionero, / liberado en caricias / perdido en tu fragancia / esbelta niña de franca inflorescencia.”.
¬ La misma virgen, vista desde Cristian Avecillas, “Ahora entiendo la blancura / que precede a los poemarios: / ¿A qué iniciar una lectura / si tan enriquecida duermes a mi lado?.”.
¬ La sed de amor, en la pluma de Ana Cecilia Blum, ruega “Dejad que los otros me amen / el amor del otro es también tu amor / el deseo del otro es también tu deseo / somos una sola tierra de instinto.”.
¬ Y, como tratando de enviar un aviso a las temerosas, Rosa Amelia Alvarado les advierte “Qué pena da / Qué pena da / Aquella que no conoció el amor / vida que no lo fue / ave de paso sin pisar la tierra / sin hundir los pies en aguas de fuego.”.
Abrácela. Ya se fue febrero, pero abrácela siempre. Desde hace mucho tiempo la sabiduría de nuestros pobladores resumió en una copla popular el rito del ave costera que rodea a brincos en una pata a su hembra para enamorarla “Alza la pata, curiquingue, alza la pata, Curiquingue…”.
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