“Yo te conozco de antes, desde antes del ayer,
cuando me fui no me alejé.
Llevo un estilo errante, llevo tus marcas en mi piel
y hoy sólo te he vuelto a ver.”
La economía informal espontánea es el laboratorio de la empresarialidad exitosa. ¿Cómo no ser parte de ella si nuestras calles sudan comercio?
Le comento, seños lector: hace algún tiempo mi salud empeoró debido a mi debilidad por las comidas callejeras. Pero, cómo evitar esos chifles largos casi transparentes apretujados en funditas sin marca, si a mi día -cada que paso por allí- lo aderezo con chicharrones o ciruelas casi arranchadas al vendedor en algún semáforo, luego no comer un helado de carreta frente al parque central me estresaría hasta la paranoia. Ya en la noche, si se pinta solitaria, siempre me rescata del frío una guaguamama en la Arosemena o alguna de esas papas fritas que cada vez que las muerdo estallan de alegría. ¡Qué aceite saturado ni qué aceite saturado! Y bueno, hay que aprovechar, pues una vez en casa habrá que probar una comida “educadita” que de tan sana me enferma. Un día me declaré en huelga de hambre ante tantos cuidados. No sé, no lo puedo evitar, mis manos no me obedecen, tienen vida propia y mi estómago pudiera escaparse por mi boca para atacar un sánduche de chancho en la Chile. Cosa seria esto de administrar el paladar, además. ¿Comer pollo con cubiertos y sin chuparse los dedos? Aburridísimo. Ya recuerdo las clases de etiqueta en el Liceo. ¡Qué lata!, por eso siempre compro para llevar.
Ya quisiera verlo a las tres de la mañana buscando un “agachadito” en la Nueve de Octubre luego de una noche divertida. ¿A quién no lo ha asaltado el hambre a esa hora? Le cuento también que por mi estómago han pasado suculentas ranas, iguanas, tortugas, tiburones, armadillos, cuyes, y hasta algún bicho desprevenido mientras anduve de bocabierta hablando alguna noche. ¿Ya dice que usted solo se alimenta saludablemente?, capaz que come ceviche de conchas… y eso es peor.
Cerrando la semana, los sábados me toca los motes de la Escobedo y luego al corte de pelo en El Ídolo frente a las villas del seguro, o a hacer arreglar algún neumático de mi Mac5 en los Pits de la Colón, más o menos a la mitad de esa calle y sin letrero. Les llamo así porque sólo con estacionarse en su vereda dos amigos, sin palabra alguna, se lanzan a reparar ruedas en máximo cinco minutos. Una bala, como los pits de la fórmula 1. Si el daño fuera eléctrico llevara al Mac5 a que lo cure el maestro del malecón Esmeraldas (una cuadra antes de la 17).
Y bueno, así transcurre mi vida, entre micronegocios sin nombre, informales, gente valiosa que batallando instala un negocio exitoso. Son el motor de la Ciudad, la base de la economía. Son informales, y estadísticamente en menos de diez años dejarán de serlo.Aquí que el Estado no se meta. Es la gente buena. ¡VIVA los microempresarios!
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